martes, 26 de febrero de 2013

La chica del Starbucks.

Era una fría tarde de Enero de 2009. Las clases habían terminado, había sido un día largo y decidí ir al Starbucks a tomar algo. Un café con chocolate, como siempre. 
Desde que nos habíamos mudado a Madrid, el Starbucks era uno de mis sitios más frecuentados. Aún no había hecho amigos y ahí encontraba mi tiempo de tranquilidad en el día. Desde que comencé a ir por allí siempre había la misma gente, hipsters pasando el rato y gente trabajando pero, aquel día...aquel día fue todo distinto. 
Llegué un poco más tarde de lo habitual, quizás me habría retrasado una media hora. Y sentada en mi sitio habitual había una chica preciosa. Lucía una larga melena rubia que le caía por los hombros y unos ojazos verdes que parecían propios de un ángel. Su sonrisa era tan dulce, tan inocente, tan... Especial. 
¿Qué era lo que me estaba pasando? 
¿Me estaba enamorando? 
¡Ay no no no! No quería estar enamorado, pero desde aquel día, pensaba en ella día a día, iba siempre más tarde al Sturbucks solo para verla y me pasaba la noche escribiéndole poemas. Quería despertarla con un 'Buenos días mi dormilona' y despedirme de ella con un 'que descanses pequeña' pero ni si quiera sabía su nombre. 
Pasaron los meses y seguíamos mirándonos día a día pero solo nos sonreíamos. Hasta que un día, ya no estaba. Ya no venía; sus ojazos no me miraban y su sonrisa no me hacía ami sonreír. No estaba. ¿Se habría mudado? ¿Le habría pasado algo? Se había ido y yo no me había declarado. ¡Tonto, tonto, tonto! Pensaba para mi mismo. Siempre la cagas igual. 
Mayo de 2009
- Hola, verás te va a sonar un tanto extraño pero...¿recuerdas una chica que se sentaba siempre en aquella mesa sola, de ojos verdes y con un pelo largo y rubio?-me preguntó una chica bajita, morena y con una sonrisa muy linda. 
-Esto sí, claro que la recuerdo ¿por qué?-respondí extrañado.
- Eh... Bueno... Ella quiere que te de esto. He de irme. ¡Gracias!-agregó ella justo antes de irse. 
Me había entregado un sobre. Desplegué la solapa y leí: 
"Hola. Ni si quiera sé cómo empezar esto. Me llamo Ariadna. Soy la chica que se sentaba en la mesa de al lado en el Starbucks, aquella que te miraba día a día. Aquella a la que le enamora tu sonrisa. Aquella que hoy está loquita por ti. No sé si te habrás fijado pero hace un tiempo que no voy. Estoy enferma, y puede que eso haya sido lo que me haya dado valor para escribirte. Gracias por estos meses de miradas y sonrisas. Adiós."
¿Enferma? No, no podía estar enferma. Ella no. Cogí mis cosas y salí corriendo hacía el hospital más cercano, no sabía por qué pero tenía la sensación de que estaba allí. Pregunté por ella y...¡Bingo! Estaba en la habitación 212 de aquel hospital. Me armé de valor llamé y entré. 
- Hola, ¿Ariadna?- sus ojos estaban más tristes de lo normal y su sonrisa parecía que se había perdido pero no, cuando la miré bien, ahí estaba.- Ariadna soy Dario, el chico del Starbucks. 
Ariadna comenzó a llorar. Me acerqué me arrodillé a su lado y agarré su mano. 
- Dario-dijo casi en un susurro- que nombre tan maravilloso. Lo siento. Pero he de decirte la verdad.-su sonrisa entristeció- Tengo un cáncer terminal. No me queda mucho aquí. Te agradezco que hayas venido pero ya no tengo nada que aportarte. 
-No me importa-respondí- no vas a morir. Esto es solo algo con lo que puedes luchar. Algo de lo que vas a salir. Algo de lo que vamos a salir. Porque aun tienes mucho que aportarme. Aun nos queda mucho por vivir. Y aquí estaré hasta el fin de tus días. Te lo prometo.
-Pero...
-No hay peros princesa. Saldremos de esto. 

- Y así fue, queridos niños, como conocí a vuestra abuela. 
-Pero de eso hace ya unos... ¡Cincuenta o cincuenta y cinco años! 
-Si Marcos, pero mis promesas siempre fueron sinceras. Le dije que sobreviviría y aquí está, le prometí un para siempre y aquí estoy yo, con ella. Porque desde aquel mes de Mayo de 2009 la quiero como el primer día. 

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