A veces Grecia me duele y tengo que cerra los ojos para evitar pensar.
Ojalá nunca hubiera entendido a Irene X cuando hablaba de Grecia.
Porque el problema de la poesía es que se siente,
que duele,
que sangra...y que te hace sangrar.
El problema de la poesía es que te acompaña
en las noches en vela,
los días de lluvia por dentro,
y de frío que hiela.
El problema de la poesía es que te ataca
de noche,
de día,
de miedo,
de pena,
y te rompe en pedazos,
que juntarlos sería como unir todas las estrellas del cielo en mi mano,
me quemaría.
El problema de la poesía es que a veces,
no te abandona ni aunque la eches.
Y que no te permite buscarte otro poeta,
porque nadie quiere escribir sobre tus ruinas.
El problema de la poesía es que ella manda,
¿y tú? Obedeces,
cual súbdita de sus letras.
El problema de la poesía es que no es amor.
El problema de la poesía es que es desamor.
Bienvenidos a Serendipia,
preparad el corazón y alejad la razón,
ya podéis pasar.
La locura contenida en textos; pequeños sorbos a esa taza de café caliente; otra calada más a ese cigarrillo; un salto al vacío de esa chica sentada en una cornisa que no teme a la muerte; y la timidez de una niña pequeña que destapa sus sentimientos por primera (y última) vez. Eso, encontrarás aquí.
miércoles, 30 de diciembre de 2015
Alifafe 92
Los días cada vez
son un poco más grises, las noches cada vez más oscuras, el dolor cada vez más
intenso. La cama es demasiado grande para mí, que cada vez me vuelvo más
pequeña. Y de noche...hay veces en las que creo que podría ahogarme en mi
propio vacío o precipitarme hacia él y caer en picado.
Estoy cansada de
insomnios permanentes. De esas ojeras tan marcadas que ni siquiera el
maquillaje disimula. Vivo acurrucada en una esquina, aferrándome a clavos
ardiendo con tal de no caer. Hay veces en las que el sueño me vence, y entonces
llega lo peor.
Enciendo un
cigarrillo cuando creo que no puedo más y la nicotina invade mis pulmones.
Calada tras calada, a veces pienso que todo me resulta un poco más leve. El
humo me pone los ojos llorosos y me permito llorar. Y el dolor sale en forma de
caladas y lágrimas.
Porque no sé qué
duele más, la ausencia de quien no va a volver o la intermitencia de quien va y
viene. No sé qué más, si el vacío de mi interior o el que veo en el interior de
los demás. Y es que todos estamos tan vacíos que me da hasta miedo.
Entonces, cojo
otro cigarrillo, prendo el mechero y grito al vacío de mi interior,
por si puedo
recuperarme.
Granadas 14
La vida nos ha cambiado mucho.
Me ha cambiado mucho.
Te ha cambiado mucho.
Reconozco que me moría de miedo
al verte sonreír sabiendo que ya no era por mí. Que te ponías guapo y no era
precisamente para verme. Me daba miedo pensar que otra te estaba haciendo feliz
y yo, sin embargo, solo tenía un millón de recuerdos que ofrecerte encerrados
en mi pequeña caja cristal. Solo podía darte fragilidad y nunca podría
ofrecerte la estabilidad que ella estaba ofreciéndote. Era una persona
irracionalmente loca, y con pocas ganas de cambiar. No podría darte siempre
felicidad, pues tenía tantos días malos que incluso daba hasta miedo. No podría
darte amor siempre porque había días que vivía en guerra mundial conmigo misma.
Y es el problema que tenemos las personas que somos como granadas, que cuando
explotamos solo salpicamos a todos aquellos que tenemos alrededor.
Y acabó salpicándote toda esta
mierda que traté de esconder tras sonrisas que enmascaraban el dolor punzante
que quedaba en mi pequeño corazón cada vez que te ibas. Porque me asustaba la
idea de que me dejases sola ante mi misma y ahora mírame. Todavía me pregunto
como pude creer que ibas a ser capaz de quedarte. Cómo creí yo que iba a ser
capaz de cuidarte. Si tú siempre me diste mucho más de lo que yo podía
devolverte.
Y al final pasó lo de siempre.
Te fuiste y me dejaste sola, en
mi naufragio, y contra mis miedos.
Pero no te culpo, a mí lado,
nunca podrías haber sido feliz.
Mucha suerte.
Podríamos decir...
Podríamos decirlo de muchísimas maneras.
Podríamos decir que el verano se acabó,
que el invierno llegó
que el frío me hiela
y que tú, me desesperas.
Podríamos decir, que la vida no nos ha tratado como
merecíamos,
y que no merecíamos
ser tratados.
Podríamos decir, que el cigarrillo acabó por consumirse,
que caímos en el consumismo,
y que nuestra vela se consumía por dentro, aunque brillara
por fuera.
Podríamos decir, que el café dejó de estar caliente,
la cama dejó de estar caliente
nosotros dejamos de estar calientes…
y todo pasó a ser
hielo.
Podríamos decir que dejamos de ser un nosotros para
convertirnos en un tú y yo intermitente,
A veces más tú que yo, a veces más yo, que tú, a veces un tú
yo, que no era nosotros, y un nosotros, que no éramos ni tú y ni yo.
Podríamos decir que el parque nos espera, el bar de la
esquina ha perdido un cliente los sábados; la vecina se pregunta porque ha
dejado de escuchar nuestros gemidos; el del quiosco ha perdido un comprador de
periódico; el bloque ha perdido unos vecinos; las calles han perdido una
pareja; yo he perdido una suegra encantadora; y tú, me has perdido.
Y aun así, podríamos decir que nos queríamos.
O, al menos, que nos quisimos.
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