miércoles, 30 de diciembre de 2015

Bienvenidos a Serendipia 1

A veces Grecia me duele y tengo que cerra los ojos para evitar pensar.
Ojalá nunca hubiera entendido a Irene X cuando hablaba de Grecia.

Porque el problema de la poesía es que se siente,
que duele,
que sangra...y que te hace sangrar.

El problema de la poesía es que te acompaña
en las noches en vela,
los días de lluvia por dentro,
y de frío que hiela.

El problema de la poesía es que te ataca
de noche,
de día,
de miedo,
de pena,
y te rompe en pedazos,
que juntarlos sería como unir todas las estrellas del cielo en mi mano,
me quemaría.

El problema de la poesía es que a veces,
no te abandona ni aunque la eches.
Y que no te permite buscarte otro poeta,
porque nadie quiere escribir sobre tus ruinas.

El problema de la poesía es que ella manda,
¿y tú? Obedeces,
cual súbdita de sus letras.

El problema de la poesía es que no es amor.
El problema de la poesía es que es desamor.

Bienvenidos a Serendipia,
preparad el corazón y alejad la razón,
ya podéis pasar.

Alifafe 92

Los días cada vez son un poco más grises, las noches cada vez más oscuras, el dolor cada vez más intenso. La cama es demasiado grande para mí, que cada vez me vuelvo más pequeña. Y de noche...hay veces en las que creo que podría ahogarme en mi propio vacío o precipitarme hacia él y caer en picado.

Estoy cansada de insomnios permanentes. De esas ojeras tan marcadas que ni siquiera el maquillaje disimula. Vivo acurrucada en una esquina, aferrándome a clavos ardiendo con tal de no caer. Hay veces en las que el sueño me vence, y entonces llega lo peor.

Enciendo un cigarrillo cuando creo que no puedo más y la nicotina invade mis pulmones. Calada tras calada, a veces pienso que todo me resulta un poco más leve. El humo me pone los ojos llorosos y me permito llorar. Y el dolor sale en forma de caladas y lágrimas.

Porque no sé qué duele más, la ausencia de quien no va a volver o la intermitencia de quien va y viene. No sé qué más, si el vacío de mi interior o el que veo en el interior de los demás. Y es que todos estamos tan vacíos que me da hasta miedo.

Entonces, cojo otro cigarrillo, prendo el mechero y grito al vacío de mi interior,

por si puedo recuperarme. 

Granadas 14

La vida nos ha cambiado mucho.

Me ha cambiado mucho.

Te ha cambiado mucho.

Reconozco que me moría de miedo al verte sonreír sabiendo que ya no era por mí. Que te ponías guapo y no era precisamente para verme. Me daba miedo pensar que otra te estaba haciendo feliz y yo, sin embargo, solo tenía un millón de recuerdos que ofrecerte encerrados en mi pequeña caja cristal. Solo podía darte fragilidad y nunca podría ofrecerte la estabilidad que ella estaba ofreciéndote. Era una persona irracionalmente loca, y con pocas ganas de cambiar. No podría darte siempre felicidad, pues tenía tantos días malos que incluso daba hasta miedo. No podría darte amor siempre porque había días que vivía en guerra mundial conmigo misma. Y es el problema que tenemos las personas que somos como granadas, que cuando explotamos solo salpicamos a todos aquellos que tenemos alrededor.

Y acabó salpicándote toda esta mierda que traté de esconder tras sonrisas que enmascaraban el dolor punzante que quedaba en mi pequeño corazón cada vez que te ibas. Porque me asustaba la idea de que me dejases sola ante mi misma y ahora mírame. Todavía me pregunto como pude creer que ibas a ser capaz de quedarte. Cómo creí yo que iba a ser capaz de cuidarte. Si tú siempre me diste mucho más de lo que yo podía devolverte.
Y al final pasó lo de siempre.

Te fuiste y me dejaste sola, en mi naufragio, y contra mis miedos.
Pero no te culpo, a mí lado, nunca podrías haber sido feliz.


Mucha suerte. 

Podríamos decir...

Podríamos decirlo de muchísimas maneras.

Podríamos decir que el verano se acabó,
que el invierno llegó
que el frío me hiela
y que tú, me desesperas.

Podríamos decir, que la vida no nos ha tratado como merecíamos,
y que no merecíamos ser tratados.
Podríamos decir, que el cigarrillo acabó por consumirse,
que caímos en el consumismo,
y que nuestra vela se consumía por dentro, aunque brillara por fuera.

Podríamos decir, que el café dejó de estar caliente,
la cama dejó de estar caliente
nosotros dejamos de estar calientes…
y todo pasó a ser hielo.

Podríamos decir que dejamos de ser un nosotros para convertirnos en un tú y yo intermitente,
A veces más tú que yo, a veces más yo, que tú, a veces un tú yo, que no era nosotros, y un nosotros, que no éramos ni tú y ni yo.

Podríamos decir que el parque nos espera, el bar de la esquina ha perdido un cliente los sábados; la vecina se pregunta porque ha dejado de escuchar nuestros gemidos; el del quiosco ha perdido un comprador de periódico; el bloque ha perdido unos vecinos; las calles han perdido una pareja; yo he perdido una suegra encantadora; y tú, me has perdido.

Y aun así, podríamos decir que nos queríamos.

O, al menos, que nos quisimos.