lunes, 18 de enero de 2016

Perfecta definición de dolor

Eras la perfecta definición de dolor.

La perfecta definición de la mirada de alguien que ve marchar al amor de su vida y no es capaz de correr tras él y decirle “eh, tú, nos merecemos otra oportunidad.” Y no lo hacías porque sabías que la respuesta iba a ser la de siempre “segundas partes nunca fueron buenas”. Y lo sabías. Y aun así, cabía la esperanza de que se diera la vuelta, de que al menos se parara en seco y de alguna manera, sus pasos se toparan con los tuyos de nuevo. Tenías la esperanza de aquel que sabe que va a morir y sigue haciendo planes de futuro, por si ocurre un milagro y el diablo lo salva. Porque Dios anda demasiado ocupado últimamente. Tenías las ganas de una niña de 6 años el seis de enero mezclada con la decepción de ese niño que acaba de enterarse de que los Reyes Magos ni son de Oriente, ni vienen en camello, ni son magos, ni son reyes. Tus ojeras estaban tan marcadas que asustaba y mirarte directamente a los ojos era como asomarse al borde del acantilado y lo peor es que tu falsa sonrisa de “joder, mira lo rota que estoy, pero sonrío” era la que se encarga de empujarnos hacia el abismo. Y cada vez que te miraba, te juro que podía escucharme gritar de dolor por dentro. Tenías la frialdad en las manos de alguien a quien le han hecho daño tantas veces que se ha congelado por dentro. Nunca me atreví a mirar tus muñecas por si me asustaba lo que veía en ellas, porque nadie, nunca, te hace más daño que tú mismo. Y tú en eso eras experta. Tenías el corazón a doscientas revoluciones cuando le veías pasar por la acera de enfrente buscando solo que se cruzaran vuestras miradas. Pero cuando él pasaba, yo juraría que dejaba de latir. Aunque…si me acercaba lo suficiente en silencio podía escucharlo llorar. Podía tocar el piano en tus costillas, estaban tan marcadas que parecían dibujadas. Parecías tan frágil que me daba miedo tocarte y que te rompieras en mil pedazos. Sin embargo, solo al intentar acercar la mano me mirabas con el mismo odio con el que lo hace un niño cuando le quitas su juguete favorito, tres segundos antes de ponerse a llorar. Así que, alejaba la mano con miedo, e intentaba pronunciar palabra: “Eres la perfecta definición de dolor.”-susurraba. Pero nunca obtuve respuesta. Siempre terminaba por apartarme de espejo.