jueves, 16 de junio de 2016

Sin sentido 19


El roce de sus palabras con mi piel había creado un vacío completo en mi existencia.
Esta vez no era yo y mis circunstancias, éramos nosotros dispuestos a matarnos por seguir adelante.
Me Hieres,como todo no que nos hace felices.
Tú eras soga y yo suicida.
Me empeñé en tropezar tantas veces con la misma piedra para no darte a ti, que me machaque contra otros que no lo merecían por cuidarte, que debías ser ruina y en mi recuerdo.
Y a veces lo eras.
Te convertías en escombros, con un polvazo y polvo pero escombros.
Hasta que resurgías de una forma inexplicable que llamaba vida para contarle a los demás que tu alma no eran más que emigrantes que habían huido en busca de otra vida mejor. Lejos de un nosotros que hasta el más loco sabía que nunca funcionaría. Mi alma había huido completa cuando la tuya decidió independizarse.
Siento vacío cuando (me) escribes porque sé que esos versos son fruto de mi alma recordándome que emigro de cuerpo, saltando al vacío desde el edificio más alto de mi corazón. Y, como no, ahí estabas tu para rescatarla(me), aunque a un precio demasiado alto.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Improviso 16.

A veces, imagino mi vida sentada al borde de un acantilado. Con las olas chocando en la roca y las gotas salpicando mis pies desnudos.
Tengo frío. En mi acantilado siempre hace frío.
 No distingo la diferencia entre el mar y el cielo. El horizonte perfecto me hace creer en una inmensidad infinita.
Me muevo en un vaivén incesante. El viento golpea mi cara y cierro los ojos. Huele a aire fresco. Escucho el susurro violento del mar. Podría escuchar los millones de pensamientos de todos aquellos que, en su propio acantilado, han susurrado gritos al viento.
Yo no hablo.
Sigo teniendo frío.
 ¿Por qué tengo frío?
 El agua sigue salpicando mis pies desnudos, como si tratara llamar mi atención.
“Soy libre" pienso. Y sonrío. Soy libre y continúo balanceándome sentada al borde del abismo. El viento me empuja al vacío.
Me tambaleo.
No me da miedo caer hacia mi acantilado, pocas sensaciones me hacen sentir más viva.
El mar susurra: “baila"
Y entonces, improviso.

lunes, 18 de enero de 2016

Perfecta definición de dolor

Eras la perfecta definición de dolor.

La perfecta definición de la mirada de alguien que ve marchar al amor de su vida y no es capaz de correr tras él y decirle “eh, tú, nos merecemos otra oportunidad.” Y no lo hacías porque sabías que la respuesta iba a ser la de siempre “segundas partes nunca fueron buenas”. Y lo sabías. Y aun así, cabía la esperanza de que se diera la vuelta, de que al menos se parara en seco y de alguna manera, sus pasos se toparan con los tuyos de nuevo. Tenías la esperanza de aquel que sabe que va a morir y sigue haciendo planes de futuro, por si ocurre un milagro y el diablo lo salva. Porque Dios anda demasiado ocupado últimamente. Tenías las ganas de una niña de 6 años el seis de enero mezclada con la decepción de ese niño que acaba de enterarse de que los Reyes Magos ni son de Oriente, ni vienen en camello, ni son magos, ni son reyes. Tus ojeras estaban tan marcadas que asustaba y mirarte directamente a los ojos era como asomarse al borde del acantilado y lo peor es que tu falsa sonrisa de “joder, mira lo rota que estoy, pero sonrío” era la que se encarga de empujarnos hacia el abismo. Y cada vez que te miraba, te juro que podía escucharme gritar de dolor por dentro. Tenías la frialdad en las manos de alguien a quien le han hecho daño tantas veces que se ha congelado por dentro. Nunca me atreví a mirar tus muñecas por si me asustaba lo que veía en ellas, porque nadie, nunca, te hace más daño que tú mismo. Y tú en eso eras experta. Tenías el corazón a doscientas revoluciones cuando le veías pasar por la acera de enfrente buscando solo que se cruzaran vuestras miradas. Pero cuando él pasaba, yo juraría que dejaba de latir. Aunque…si me acercaba lo suficiente en silencio podía escucharlo llorar. Podía tocar el piano en tus costillas, estaban tan marcadas que parecían dibujadas. Parecías tan frágil que me daba miedo tocarte y que te rompieras en mil pedazos. Sin embargo, solo al intentar acercar la mano me mirabas con el mismo odio con el que lo hace un niño cuando le quitas su juguete favorito, tres segundos antes de ponerse a llorar. Así que, alejaba la mano con miedo, e intentaba pronunciar palabra: “Eres la perfecta definición de dolor.”-susurraba. Pero nunca obtuve respuesta. Siempre terminaba por apartarme de espejo.