La vida nos ha cambiado mucho.
Me ha cambiado mucho.
Te ha cambiado mucho.
Reconozco que me moría de miedo
al verte sonreír sabiendo que ya no era por mí. Que te ponías guapo y no era
precisamente para verme. Me daba miedo pensar que otra te estaba haciendo feliz
y yo, sin embargo, solo tenía un millón de recuerdos que ofrecerte encerrados
en mi pequeña caja cristal. Solo podía darte fragilidad y nunca podría
ofrecerte la estabilidad que ella estaba ofreciéndote. Era una persona
irracionalmente loca, y con pocas ganas de cambiar. No podría darte siempre
felicidad, pues tenía tantos días malos que incluso daba hasta miedo. No podría
darte amor siempre porque había días que vivía en guerra mundial conmigo misma.
Y es el problema que tenemos las personas que somos como granadas, que cuando
explotamos solo salpicamos a todos aquellos que tenemos alrededor.
Y acabó salpicándote toda esta
mierda que traté de esconder tras sonrisas que enmascaraban el dolor punzante
que quedaba en mi pequeño corazón cada vez que te ibas. Porque me asustaba la
idea de que me dejases sola ante mi misma y ahora mírame. Todavía me pregunto
como pude creer que ibas a ser capaz de quedarte. Cómo creí yo que iba a ser
capaz de cuidarte. Si tú siempre me diste mucho más de lo que yo podía
devolverte.
Y al final pasó lo de siempre.
Te fuiste y me dejaste sola, en
mi naufragio, y contra mis miedos.
Pero no te culpo, a mí lado,
nunca podrías haber sido feliz.
Mucha suerte.
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