Los días cada vez
son un poco más grises, las noches cada vez más oscuras, el dolor cada vez más
intenso. La cama es demasiado grande para mí, que cada vez me vuelvo más
pequeña. Y de noche...hay veces en las que creo que podría ahogarme en mi
propio vacío o precipitarme hacia él y caer en picado.
Estoy cansada de
insomnios permanentes. De esas ojeras tan marcadas que ni siquiera el
maquillaje disimula. Vivo acurrucada en una esquina, aferrándome a clavos
ardiendo con tal de no caer. Hay veces en las que el sueño me vence, y entonces
llega lo peor.
Enciendo un
cigarrillo cuando creo que no puedo más y la nicotina invade mis pulmones.
Calada tras calada, a veces pienso que todo me resulta un poco más leve. El
humo me pone los ojos llorosos y me permito llorar. Y el dolor sale en forma de
caladas y lágrimas.
Porque no sé qué
duele más, la ausencia de quien no va a volver o la intermitencia de quien va y
viene. No sé qué más, si el vacío de mi interior o el que veo en el interior de
los demás. Y es que todos estamos tan vacíos que me da hasta miedo.
Entonces, cojo
otro cigarrillo, prendo el mechero y grito al vacío de mi interior,
por si puedo
recuperarme.
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